Virginia Henderson
Recientemente, una alumna de un instituto de Enseñanza Secundaria de Barcelona descubrió un material de construcción de excelente calidad, gracias a la sencillez de sus componentes –cáscaras de nueces y resinas, fundamentalmente-, la facilidad de su mezcla y la resistencia que presenta. Podríamos pensar que la existencia de niños prodigio ha sido constatada en todas las épocas; pero cuando escuchamos la explicación de esta joven, que ahora cuenta dieciocho años, encontramos que gran parte de su descubrimiento se debió al empeño del centro en el que estudiaba por fomentar el espíritu crítico e investigador de sus alumnos.
La capacidad de hacerse preguntas por lo que ocurre a nuestro alrededor es lo que diferencia a los seres humanos de otros seres vivos, que repiten incansablemente el mismo esquema de comportamiento sin probar ninguna variación. La capacidad de hacernos preguntas sobre lo que ocurre a nuestro alrededor es la base de cualquier investigación. Investigaciones que nos permiten describir la realidad e investigaciones que nos permiten probar y corregir (ensayo-error) acciones para modificar esa realidad.
La educación crítica es esencial para fomentar esta capacidad de preguntarse por la realidad que nos rodea. Frente a la comunicación en una sola dirección, que se establece tan a menudo entre el docente y el discente, la participación del alumno en su propia formación, promueve el aprendizaje crítico en lugar de la simple imitación, especialmente en la formación práctica. La réplica, la pregunta, la elaboración de temas, individual o en compañía de otros estudiantes, la búsqueda de información, es un proceso, que puede que no lleve directamente al objeto de conocimiento, pero permite al estudiante aprehender el proceso de adquisición de conocimientos y adquirir competencias que le servirán a lo largo de toda su vida.
Pero, a parte de estimular la capacidad crítica, resulta obligatorio que las escuelas universitarias de enfermería programen la enseñanza del método científico de investigación, sin cuyo conocimiento exhaustivo resulta difícil llevar a cabo cualquier estudio de investigación y alcanzar resultados satisfactorios para dar respuesta a nuestras preguntas. La fuerte estanqueidad de los ciclos formativos en la universidad ha obligado en España a retirar de los planes de estudio de Enfermería asignaturas que aparecieran bajo el epígrafe de “Metodología de la Investigación”. La razón esgrimida para tal retirada fue el carácter de diplomatura de una titulación que cuenta con 236 créditos, frente a los 250 que tienen la mayor parte de las licenciaturas españolas.
Sin embargo, no sólo el Estado reconoce la capacidad de los profesionales de enfermería para llevar a cabo investigaciones –el Ministerio de Sanidad financia estudios de investigación en los que aparecen enfermeros como investigadores principales-, sino que deberíamos plantearnos, en la línea de la cita de Virginia Henderson apuntada al inicio, que quién mejor que nosotros puede acercarse a las necesidades humanas en el ámbito de las Ciencias de la Salud.
Otros profesionales –médicos, sociólogos, psicólogos, economistas- realizan investigaciones en este campo desde el enfoque de sus respectivas disciplinas. ¿Por qué los profesionales cuya actividad se centra en el cuidado del ser humano a lo largo de la vida, tanto en situaciones de salud, como de enfermedad, no van a investigar acerca de las necesidades de dichos seres humanos? Si la OMS y la mayoría de los estados reconocen que las enfermeras y los enfermeros son un activo de la comunidad, ¿por qué la universidad no reconoce que es necesario formar a estos profesionales para que lleven a cabo investigaciones que redunden en beneficio de la comunidad a la que cuidan?