La metodología cualitativa de investigación en las Ciencias de la Salud

Juan Zarco Colón

La metodología cualitativa de investigación es una de las distintas maneras con las que nos relacionamos empíricamente con la realidad en las Ciencias Sociales. Gran parte de su valor se origina en una fidelidad casi enfermiza: el respeto por el objeto de investigación y, por tanto, la adecuación a su naturaleza sui generis. Ese es, según me parece, el único postulado inviolable y su asunción acarrea más consideraciones de las que a primera vista pudiera suponerse. Ser fieles a la naturaleza del objeto de estudio —cuando este se refiere siempre, aunque sea en última instancia, a sujetos, es decir a seres humanos— nos exige tomarnos en serio la complejidad de lo que queremos comprender. Como lo complejo parece estar de moda, desmitifiquemos el término refiriéndonos con unos ejemplos a sus implicaciones: las personas amamos, odiamos, a veces pensamos, tenemos estados de ánimo, hacemos bandos, compartimos jergas, elaboramos símbolos, ansiamos poder, detestamos el poder, etc., etc., etc. Y por si ello fuera poco, las más de las veces consideramos todas esas manifestaciones tan íntimas, individuales y genuinas, que no queremos compartirlas con extraños, menos aún con investigadores. Y esa ristra de peculiaridades de las personas es solo la punta del iceberg. Cada investigación, cada intento de verdadero conocimiento nos da nuevos ejemplos de cuan difícil puede ser comprender al ser humano; de explicarlo, ni hablemos.

Valga esta breve caracterización para situarnos ante una propuesta de explicación del feliz matrimonio entre tal manera de investigar y la disciplina enfermera —causa y consecuencia de las Ciencias de la Salud— y que puede presentarse en forma de tres claves que esconden sendas coincidencias. La primera se refiere al objeto, la segunda es cuestión de estatus ¡y también de objeto!, y la tercera de sensibilidad... frente al objeto.

Desde que me recuerdo trabajando con profesionales de la enfermería he tenido muy presente una distinción que me parece esencial, y que atañe a la enfermería y a su, para un lego, hermana mayor: la medicina. Además de cualquiera otra de las muchas diferencias que las distinguen existe una radical. El objeto de la medicina es, o parece serlo tan intensamente que para el caso da igual, la enfermedad. El peculiar vehículo que la porta es a menudo un estorbo para su quehacer científico. En cambio sé bien que para la enfermería el objeto radical no es ese, sino los enfermos; somos, en fin como para los investigadores cualitativos, las personas. Personas además en un trance complejo donde los haya. Tal coincidencia nos hace sentir, porque de hecho así es, que básicamente nuestros intereses de investigación a menudo son los mismos.

Una segunda coincidencia, también explicativa a mi entender, gira entorno a lo que podríamos denominar la marginalidad. Ambas actividades, la enfermería y la investigación cualitativa, son doblemente marginales. Cada una, en sus respectivos contextos más amplios, goza de relativo bajo prestigio. Y es relativo porque el propio término marginal lo es; sólo se puede estar al margen en relación a un centro. Los centros de decisión sobre la salud y sobre la realidad social quedan ambos alejados de nuestros campos, estamos, por tanto al margen. Otra cosa es lo a gusto que estemos. Pero he dicho que la coincidencia marginal es doble, y ello es porque nuestros propios objetos de trabajo en gran medida lo son. La tradición investigadora cualitativa está plagada de mendigos, prostitutas, delincuentes, minorías sexuales, minorías étnicas, inmigrantes... ¡y mi última investigación empírica versa sobre discapacidad! Los enfermos, para su desgracia, están marginados frente a los sanos, frente a la salud, signifique eso lo que signifique, pero su centralidad es incuestionable. Los sujetos que componen nuestro objeto de conocimiento y/o dedicación son también por tanto, en ambos casos, una suerte de outsiders.

Por último, y como tercera coincidencia, propongo que compartimos una especie de sensibilidad, obviamente con respecto a las personas, es decir, nuestro objeto. Y si el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española afirma que sensible es quien tiene la capacidad de "sentir, física y moralmente", cualquier diccionario etimológico nos recuerda que sentir, del latín sentire, quiere decir "darse cuenta" y también "pensar, opinar". Un metodólogo clásico de la tradición cualitativa española afirmaba siempre que el cualitativista es el que "se entera", el que se da cuenta por tanto. Reclamar la sensibilidad necesaria para, frente al enfermo, darse cuenta, pensar y opinar sobre su estado físico y moral y su más adecuado cuidado es, según creo, el afán y el reto de una nueva disciplina enfermera que, sensible como es, exige su pleno desempeño. Suerte en el camino.