La investigación, elemento clave de la cooperación

“Los profesionales están cada vez más
enganchados en la búsqueda de respuestas
para sus propias indagaciones con el afán de
mejorar la asistencia prestada y al mismo
tiempo ampliar el cuerpo de conocimientos de
la disciplina. Sin embargo, hay mucho camino
a despejar para intensificar el papel de la
ciencia en enfermería y la posibilidad de su
contribución solidaria para un mundo más
justo, próspero y sostenible”.

(Alina María de A. Souza, 2000)

El maremoto que asoló el sudeste asiático hace apenas un mes causó un número de muertos similar a todos los habitantes de una ciudad como Alicante. En esta debacle, las organizaciones no gubernamentales dedicadas a la cooperación y los gobiernos mundiales se vieron obligados a ingeniar nuevas estrategias que permitieran, por un lado, acceder a los supervivientes, y por otro, limitar las epidemias. Ardua labor, cuando todo está por hacer en una región donde no existen las infraestructuras mínimas (vivienda, saneamientos, carreteras, servicios públicos), para garantizar una calidad de vida mínima a una población que ni siquiera dispone de un recuento apropiado.

En este contexto la investigación en salud se convierte en un elemento prioritario para garantizar la eficacia de la intervención. Cuando cualquier organización desarrolla una actividad de cooperación en una zona determinada, bien sea de carácter urgente o planificado, realiza previamente un estudio de investigación sobre el país, la población, la economía o las infraestructuras, con el fin de organizar la ayuda más adecuada para dicha situación.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), por ejemplo, elabora el Índice de Desarrollo Humano (IDH), basado en tres dimensiones básicas del desarrollo humano: la esperanza de vida al nacer; la educación, medida por la tasa de alfabetización de adultos y la tasa bruta combinada de matriculación en educación primaria, secundaria y terciaria; y el producto interior bruto per cápita. Y si bien es cierto que el concepto de desarrollo humano es mucho más amplio de lo que es capaz de medir cualquier índice compuesto individual, el IDH es una alternativa al uso del ingreso como medida sinóptica del bienestar humano.

Aunque no están incluidos en el índice todos los países miembros de las Naciones Unidas, ni están completos todos los datos (se envían voluntariamente por cada país), no resultará sorprendente comprobar como el 80% de los países africanos se encuentran en la columna que corresponde al desarrollo humano bajo. De los 177 países incluidos en el índice, los países afectados por el maremoto ocupan puestos en la columna del desarrollo medio (Indonesia, 111; Sri Lanka, 96; Tailandia, 76; y Malasia, 59), aunque las Islas Seychelles, en el puesto 35, se encuentra en la tabla del desarrollo humano alto. No sabemos, sin embargo, si todos ellos podrán mantener estas posiciones en el índice en los años sucesivos.

Hay mucho trabajo por hacer, y el primero pasa por conocer el estado actual de dichos países. Las organizaciones dedicadas a la cooperación, que vienen solicitando nuestra ayuda en el último mes, lo saben y hacen incontables esfuerzos por compaginar el estudio de las necesidades a corto, medio y largo plazo, con la actuación urgente que ayude a estos países a mantener la vida en las condiciones mínimas que garanticen la subsistencia.

Azucena Pedraz Marcos