El compromiso social de la enfermería

Amelia Amezcua Sánchez

Durante los últimos 20 años, hemos asistido en nuestro país a una revolución en el campo de la salud, debido principalmente al significado que a éste concepto se le ha atribuido a través de organizaciones altamente reconocidas como la OMS. La salud, entendida ahora como un concepto subjetivo, y no sólo como ausencia de enfermedad, implica atender a las necesidades de las personas de forma integral, en sus esferas bio-psico-social. Este discurso, que resuena en nuestras mentes enfermeras ya formadas dentro de esta forma de entender al individuo y a la salud, lejos de ser una mera declaración de intenciones ha tenido numerosas implicaciones prácticas en nuestra labor como profesionales sanitarios, que se han impulsado a nivel estatal en España: desde el desarrollo de la atención primaria y su implantación a nivel legal a través de la promulgación de diferentes leyes (Ley General de Sanidad, Ley de Estructuras Básicas de Salud…) con el consecuente desarrollo de la consulta de enfermería en las mismas, hasta la incorporación en la formación universitaria de asignaturas tales como enfermería comunitaria o psico-social.

Sin embargo en la mayoría de las ocasiones en la práctica diaria como enfermeras asistenciales, el enfoque biológico sigue predominando frente a ese otro enfoque psico-social, probablemente derivado de los escasos 20 años de desarrollo de esta nueva visión, de los cortos 30 años de formación universitaria de nuestra profesión, y como no, de nuestro crecimiento profesional al lado de la Medicina, que arrastra un enfoque biologícista de larga tradición del que sin duda se ha visto salpicada nuestra profesión. Cuando nos encontramos ante un paciente, estamos entrenados en la valoración de signos y síntomas, y empleamos como herramientas nuestra observación, exploración y entrevista, a la búsqueda de los mismos, con el objetivo de interpretar e identificar a través de esos códigos orgánicos (signos y síntomas) la causa que está produciendo un desequilibrio en esa persona que tenemos delante. Sin embargo, no son sólo los signos y síntomas los que tenemos que captar para garantizar una atención integral a la persona, sino el “mensaje” que nos está transmitiendo a través de otros códigos. Ese mensaje, es perceptible a través de esas mismas armas con las que rastreamos los signos y síntomas, es decir, la observación-exploración y la entrevista, pero enfocados a interpretar y descodificar su lenguaje no verbal, a favorecer la expresión de emociones y sentimientos, y en definitiva, a captar la preocupación de la persona que por algún motivo, ha acudido en busca de nuestra ayuda profesional.

Un ejemplo que aclara perfectamente a lo que me estoy refiriendo, se aprecia con la atención de enfermería a la población infantil. Cuando unos padres acuden a un servicio de urgencias con su hijo, una enfermera a su llegada les pregunta qué le pasa al niño; los padres cuentan que el niño se ha caído, tiene fiebre, tos, vómitos… y la enfermera observa al pequeño para evaluar su estado general, pregunta a los padres la edad del niño, antecedentes… y evalúa así, si el niño tiene algún criterio de gravedad que haga que no pueda demorarse la atención o por el contrario puede esperar en la sala de espera. En la gran mayoría de los casos, los signos y síntomas que el niño presenta indican que el pequeño no requiere una atención de inmediato, sin embargo, esos padres han acudido a ese servicio porque creen que su hijo lo necesita, y porque piensan que está grave como para acudir a un hospital, lo cual, les provoca cierta ansiedad, bien por no controlar la situación (no consiguen bajarle la fiebre), bien por el sentimiento de culpa (se les ha caído o tiene diarrea)… y todo eso, se lo transmiten al niño, que es incapaz de evaluar su situación por sí mismo porque desconoce el significado que puede tener fiebre elevada y dolor de cuello (rigidez), pero que sí capta perfectamente la cara de preocupación de su madre, el tono con el que está hablando a la enfermera, e interpreta que algo malo debe de pasarle cuando su mamá está así. La enfermera que les atiende ha de ser capaz de descodificar e interpretar ambas informaciones: los signos de gravedad del pequeño para que no corra riesgo su vida y contribuir a su bienestar, y también, ese otro mensaje que los padres le están enviando, y que es su verdadera preocupación. En muchas ocasiones, una explicación eliminando falsas ideas, junto con información adecuada para que ellos sientan que controlan la situación, “la fiebre alta no daña el cerebro… se pueden administrar antitérmicos cada 4 horas”, y una frase tranquilizadora “la curiosidad por descubrir de los niños, hace que se caigan con frecuencia aún estando pendientes siempre de ellos”… cambia la cara de esos padres angustiados y en consecuencia la de su hijo, que percibirá a través de ellos, que la situación está controlada.