En la década de los años 90 se plantea el sesgo de género como una crítica al conocimiento generado desde la investigación sanitaria al no tener en cuenta las diferencias entre hombres y mujeres. Este planteamiento se produce con 20 años de retraso respecto a otras disciplinas, considerar el conocimiento como un saber androcéntrico supone un cuestionamiento de las instituciones que generan y trasmiten los saberes y considerar como las disciplinas nunca son neutras con respecto a la desigualdad de género.
Ruiz-Cantero (2004) define el sesgo de genero en salud como “el planteamiento erróneo de igualdad o de diferencias entre hombres y mujeres --en su naturaleza, sus comportamientos y/o sus razonamientos--, el cual puede generar una conducta desigual en los servicios sanitarios (incluida la investigación) y es discriminatoria para un sexo respecto al otro”
Las ciencias sociales y más en concreto la antropología ha avanzado al analizar como el sesgo androcéntrico produce una interconexión de sesgos a diferentes niveles (sesgo del obsevador, sesgo de la realidad estudiada, sesgo de los enfoques teóricos) que originan una ausencia o invisibilidad de las mujeres en los estudios.
Esta invisibilidad de las mujeres es palpable en las investigaciones sanitarias donde un porcentaje muy elevado de ensayos clínicos incluyen mayoritariamente muestras de hombres como sujetos de estudio y sin embargo los resultados de esos estudios son extrapolados automáticamente a mujeres partiendo de la presunción errónea de igualdad entre mujeres y hombres.
Entre los motivos aducidos para no incorporar a las mujeres son:
Sin embargo, como señala Ruiz-Cantero, son estas razones de exclusión las que hacen recomendable su inclusión, pues para prescribir un fármaco hay que conocer la existencia de variaciones en la respuesta al tratamiento según el estadio del ciclo menstrual y si es antes o después de la menopausia, si las terapias hormonales afectan a la respuesta, si los fármacos estudiados pueden afectar a su fertilidad y si ambos sexos responden de forma diferente al mismo tratamiento Por poner algún dato sobre la cuestión señalar como un estudio realizado en la Universidad de Alicante mostraba que solo un 15% de los 41905 adultos incluidos en 117 estudios realizados entre 1990 y 2002 para el tratamiento del VIH/SIDA eran mujeres y únicamente siete estudios habían hecho un análisis estratificado para determinar las diferencias de sexo, un dato preocupante sobre todo por que es en las fases iniciales de los ensayos clínicos donde se puede determinar porque la respuesta al tratamiento anti VIH difiere en varones y mujeres. Los servicios sanitarios pueden sesgar su práctica presumiendo erróneamente que la situación de salud y los riesgos a los que están expuestos son iguales para hombres y para mujeres. Es necesario considerar esta realidad puesto que las acciones sanitarias derivadas de estas aproximaciones menoscaban la salud de las mujeres.
Juana Robledo Martín