En los años 70 las teóricas feministas pusieron en tela de juicio la supuesta neutralidad del conocimiento científico, señalando como el modelo hegemónico de ciencia se sustentaba en el androcentrismo, siendo el conocimiento elaborado por un sujeto masculino y desde ese ámbito de poder establece el rol social que hombres y mujeres desarrollan.
Esta labor crítica y reflexiva realizada, que evidenciaba como la visión androcéntrica planteaba unos modelos teóricos y un desarrollo metodológico determinados, tuvo un eco elevado en las ciencias sociales y de forma muy especial en la antropología donde se plantea una triple dimensión del sesgo androcéntrico:
1. El sesgo del investigador: la persona que investiga selecciona qué va a investigar y qué informantes tomará para ello.
2. El sesgo de la realidad observada, siendo más evidente cuando se analizan realidades muy segregadas sexualmente
3. Sesgo de las categorías, conceptos y planteamientos teóricos de la investigación y que no solo llevan a formular unos determinados problemas sino también a interpretar los datos que obtenemos y por lo tanto a percibir la realidad observada de una forma determinada.
La visibilidad del sesgo androcéntrico nos muestra como las relaciones de género son relaciones de poder construidas sobre las diferencias culturalmente atribuidas a hombres y mujeres y legitimadas en base a una naturalización de ellas.
Ello me lleva a plantear las siguientes cuestiones: ¿no es necesario tomar el género como categoría de análisis para comprender la jerarquización actual del sistema sanitario? ¿Es ello también aplicable a la investigación en salud?
Juana Robledo Martín