Lucia Mazarrasa Alvear
El género es una categoría de análisis de la realidad tal y como puede ser la clase social. Es por tanto una manera específica de mirar el mundo, haciendo visible las relaciones de poder entre las mujeres y los hombres. Es una categoría que pone de manifiesto el trato social desigualitario entre hombres y mujeres, así como las implicaciones que ésta estructura social tiene en la salud de las mujeres. Incorpora una aproximación a la realidad social que todavía nos parece nueva, aunque arranca de la tradición de igualdad de la Ilustración.
El feminismo, como movimiento social y político transformador de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, permite desvelar que el sujeto del conocimiento había sido siempre un sujeto masculino. Desde él, desde su situación de poder, se construyen las atribuciones y lugares que corresponden a hombres y mujeres en la sociedad, partiendo de un modelo de comportamiento hegemónico que proyectó con carácter universal determinados conceptos y categorías encargados de invisibilizar la situación real de las mujeres y los mecanismos de desigualdad. De la misma manera, el feminismo ha dedicado esfuerzos a contrarrestar la devaluación histórica de las mujeres, que desde esta concepción androcéntrica se las ha considerado más vulnerables, más débiles, más predispuestas a cualquier exceso o desviación de la norma, sin analizar que las distintas vulnerabilidades eran consecuencia de una situación histórica de discriminación.
Esta discriminación histórica de las mujeres ha estado presente en la ciencia y en la investigación en general, y por supuesto también en las ciencias de la salud, considerándolas histéricas, neuróticas, hiperfrecuentadoras de los servicios de salud. En otras ocasiones, el androcentrismo en salud se ha reflejado desoyendo su malestar por las relaciones de desigualdad con los hombres y sus condiciones de vida, o las ha utilizado como blanco de la medicalización, particularmente en la edad reproductiva y durante su menopausia. Otra de las cuestiones clave de estos procesos se observa en la invisibilización de las mujeres en cuanto a su contribución al cuidado de las demás personas, siendo que a la vez se las responsabiliza en exclusiva del mismo en la familia, sobre todo en caso de personas dependientes, hasta el punto de omitir cualquier tipo de apoyo e ignorando el coste que esto tiene sobre su propia salud.
Otro viejo problema invisibilizado hasta hace unos años es la violencia sistemática que se ejerce contra las mujeres con el fin de mantenerlas en relaciones de subordinación, situaciones de maltrato que tienen grandes consecuencias sobre su salud y su vida ignoradas hasta hace poco tiempo.
Por otra parte, las políticas de salud mediatizan y condicionan la relación de las mujeres con los servicios de salud, hecho que les afecta en tres aspectos fundamentales:
Primero como usuarias de los servicios públicos y privados, en los que podemos pasar de la invisibilización de sus problemas a la medicalización de los mismos. Como ejemplos de invisibilización están el malestar de las mujeres; las consecuencias en la salud de la violencia de género; la presentación de sintomatología en la angina de infarto de miocardio diferente que en los hombres; o la sobrecarga de responsabilidad por la compatibilización de la vida familiar, laboral y personal. Por su parte, ejemplos de medicalización son el abuso que se ha hecho y se sigue haciendo de la Terapia Hormonal Sustitutoria. (THS), a pesar de la abundante evidencia científica existente sobre los riesgos cardiovasculares que producen; la instrumentalización del parto con tasas de cesáreas y episiotomías altas e innecesarias; la prescripción de antidepresivos y ansiolíticos generados por un malestar mal abordado por un sistema sanitario biomedicalizado; las cirugías estéticas a las que se someten las mujeres para responder a un canon de belleza ilusorio creado por las industrias de la moda y publicitarias, o ser objeto de vacunaciones innecesarias sin pruebas contundentes de su eficacia como en el caso del gardasil.
Otro aspecto a tener en cuenta es el papel que tienen como cuidadoras de salud. Los cuidados los ejercen mayoritariamente las mujeres por cumplir con el rol tradicional que les asigna el sistema patriarcal, por eso es una cuestión social. Estos cuidados suponen además un recargo en la responsabilidad y trabajo al no tener posibilidades de que las personas dependientes sean atendidas por los servicios de salud y sociales. La sintomatología asociada al perfil de “cuidadora” es cansancio, fatiga mental, dolores musculares, de espalda, cefaleas, insomnio, ansiedad, depresión, consumo de antidepresivos y ansiolíticos, falta de tiempo para una misma, abandono de proyectos personales e incluso dejar de cuidar su propia salud por falta de tiempo. El tercer hecho a tener en cuenta tiene que ver con su papel en tanto que trabajadoras de los servicios sanitarios públicos, ya que los recortes presupuestarios prescinden del personal con menor capacitación que, precisamente, está feminizado (auxiliares de enfermería, enfermería o trabajadoras sociales,) con lo que supone de deterioro en la atención sanitaria tanto en las instituciones como en los cuidados a domicilio.
A todo ello habría que añadir además los prejuicios sexistas que permanecen y que dificultan el desarrollo de la carrera profesional de las mujeres investigadoras, docentes, sanitarias (segregación laboral en especialidades médicas y de enfermería) y en los puestos de toma de decisiones en las políticas y servicios de salud.
La necesidad de incorporar el enfoque de género en salud responde a un llamamiento internacional desde los años 70. Actualmente, a partir de las directivas de la Unión Europea se está a incorporando el enfoque de género en las políticas de salud pública, de acuerdo a las recomendaciones emanadas de las Conferencias Internacionales de Naciones Unidas de Población y Desarrollo de 1994, y de la Mujer y Desarrollo de 1995. Actualmente en España, La Ley para la igualdad efectiva de mujeres y hombres de 2007 es el marco de referencia para estas políticas.
Concretando sobre la atención sanitaria, podríamos establecer algunos criterios que dieran cuenta de la incorporación o no del enfoque de género tales como:
Tener en cuenta a la hora de analizar los problemas de las mujeres y establecer los cuidados:
Implicaría también por parte de los servicios de salud contemplar:
Por último, dejar claro que es necesario incorporar el enfoque de género porque la salud pública debe asegurar que las mujeres y los hombres tengan un acceso igualitario a los recursos sanitarios de acuerdo a lo que cada cual necesite. Esta es la única manera de asegurar que puedan desarrollar toda su potencialidad de salud, sea cual sea ese potencial.
Bibliografía